Tengo la mala costumbre de inventarme vidas ajenas. En el autobús, en un ascensor, en la cola de la panadería… me fijo en alguien y sencillamente no puedo evitarlo.
La última vez que estuve en el médico, en la sala de espera aguardaba su turno un hombre joven con dos niños de unos cuatro y seis años. Para mí estaba meridianamente claro. Se trataba de un hombre que no tenia mujer (muy pocos hombres conozco que vayan solos con sus hijos al médico, o va ella o van los dos), viudo ( los niños tenían antiguas cicatrices en la cara, sin duda producidas, por un duro accidente de tráfico en el que ella perdió la vida), está intentando rehacer la suyan( no lleva alianza pero se puede distinguir la marca de haberla llevado hasta no hace mucho tiempo) y la tristeza y el remordimiento le atormentan aún cada noche (hay signos evidentes en su cara de haber dormido mal).
Posiblemente, en cualquier momento, sonará una cisterna, se abrirá la puerta del servicio y saldrá una muchacha que se llevará los niños de la mano mientras el hombre, un joven visitador médico, que ha estado trabajando hasta tarde la noche anterior, alargará su mano y sonreirá al Dr. Uroeta.
Siempre me he tomado esto como una distracción, un entretenimiento para pasar aburridos tiempos de espera. Pero últimamente me ocurre algo curioso. Paso muchas horas en los parques infantiles con el pequeño y al final, acabas coincidiendo con las mismas personas, a las mismas horas, en los mismos sitios. Este hecho me permite no solo inventar la vida de algunas de ellas sino comprobar hasta qué punto estoy o no equivocado. Día a día y a través de pequeñas y triviales conversaciones que mantienes o que escuchas, puedes llegar con el tiempo a obtener muchos datos de esas personas y reconstruir una parte importante del puzle. En contra de lo que yo mismo pensaba, resulta extrañamente sorprendente lo poco que se desvía la realidad de lo que me había imaginado.
Por muy hippy o antisistema que seas como trabajes de vendedor de seguros, es solo cuestión de tiempo… acabarás vistiendo, hablando, moviéndote como un vendedor de seguros, vivirás allí donde viven los vendedores de seguros, llevarás a tus hijos al colegio donde van los hijos de los vendedores de seguros y terminaras pensando y actuando como un vendedor de seguros. Esas marcas o huellas en la conducta, en la actitud y forma de pensar no solo depende del trabajo que desarrolles sino que puede extenderse también a los gustos, estado civil, aficiones, religión,… Aunque digan que las apariencias engañan, no estoy seguro de que lo que realmente somos, para bien o para mal, no se vea reflejado y percibido por los demás más claramente de lo que podamos imaginar.
Me temo que salvo pequeñas excepciones, que no son más que eso, excepciones o que de una forma voluntaria y consciente trates por todos los medios de evitarlo, al final todos terminamos, incluso a nuestro pesar, pareciéndonos a nuestra propia caricatura.
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