Tienen uno de sus
templos en el parque que hay justo enfrente de mi casa. Uniformados con mallas ajustadas
y ropas de colores fosforitos, todos los días, a primera hora de la mañana y a
última de la tarde, se les puede ver procesionar.
La pereza y la gula son
algunos de sus pecados capitales y tienen terminantemente prohibido los
churros, los torreznos, mezclar los hidratos con las proteínas y el cigarrillo
de después. Sacrificios con los que esperan alcanzar la vida eterna.
Yo, que siempre los he mirado
con cierto recelo y que siempre he relacionado la felicidad con una cervecita,
una tapita y el humo de un Ducados, he sido víctima de la incansable labor de
proselitismo de mi doctora, ferviente feligresa y a la que visito regularmente.
Con una especie de catecismo o manual para torpes donde se describe un sencillo
método para iniciarse en la nueva liturgia y sus ritos, y la fe del
converso, me he tirado a la calle a dar mis primeras carreras. Solo espero que las
endorfinas comiencen a hacer pronto su trabajo.
El deporte te hará libre de la grasilla intercostal.
ResponderEliminarLo importante es que te haga feliz meterte en esta secta, que seas ligero como una pluma y fuerte como Charles Bronson.
Aplaudo tu regreso.
La culpa la han tenido tres lecturas 14/9 consecutivas. Creeme, poco tiene que ver esto con la felicidad.
EliminarRamón Andrés, fabuloso sabio, dice que los gimnasios (el culto al deporte en general) son "escuelas de la voluntad" que acentúan el sentimiento del "yo". Me parece muy atinada esa idea.
ResponderEliminarAplaudo también el regreso.
Estoy totalmente de acuerdo y de hecho, esa es un poco la idea.
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