Ayer bajé, como todos los días, a mi hijo Darío al parque. Esparcidos por el suelo había pelotas, coches, camiones, palas, rastrillos, cubos… todo ello de varios niños que en aquel momento se encontraban en el parque. Hasta ahora cada vez que un niño se acercaba y le cogía la pelota, sencillamente, se agachaba, cogía otro juguete y a otra cosa mariposa. Pero ayer algo cambió, de repente, mientras estaba sentado en un balancín un niño se acercó y cogió su pelota. Se bajó del balancín como un rayo, se fue hacia el niño y directamente le quitó la pelota, la cogió con las dos manos y se plantó inmóvil delante del niño mirándolo desafiantemente. Hubo algún intento de recuperar la pelota, pero Darío, con arrojo torero, movía la pelota a un lado y a otro evitando las envestidas del otro niño con sus pies anclados en la arena, al mismísimo estilo José Tomás.
Cuando
los dos niños detuvieron sus movimientos y comenzaron a mirarse fijamente a los
ojos pensé: “o hago algo ahora o se va a liar parda”. Fue entonces cuando Darío
sonrió maliciosamente y señaló con su pequeño dedo un camión rojo que había en
el suelo. El otro niño lo cogió y se intercambiaron pacíficamente sus juguetes.
Los dos salieron corriendo en direcciones opuestas, felices con sus nuevas
adquisiciones.
Sé
que hay que ir quemando etapas. La arcadia de la propiedad colectiva (lo que
está en el parque es de los que están en el parque) fue bella, pero duró lo que
duró y sé que llegará un día en el que lo quiera todo, la pelota y el camión. Mientras
tanto, respiro tranquilo, aliviado, bendiciendo las virtudes de la negociación
y el trueque.
Nuestros gobernantes deberían pasar mas tiempo en los parques infantiles que en el hemiciclo de turno.
ResponderEliminarEn los parques infantiles, en el metro, en el supermercado... nos ahoraríamos muchos asesores.
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