“Lo que un hombre es en sí mismo, lo que le acompaña en la soledad y lo que nadie puede darle ni quitarle, es indudablemente más esencial para él que todo lo que puede poseer o lo que puede ser a los ojos de los demás.” (Arthur Schopenhauer)

Al Lector - Charles Baudelaire

El pecado, el error, la idiotez, la avaricia,
nuestro espíritu ocupan y el cuerpo nos desgastan,
y a los remordimientos amables engordamos
igual que a sus parásitos los pordioseros nutren.
Nuestro pecar es terco, la contrición cobarde;
con creces nos hacemos pagar lo confesado
y volvemos alegres al camino enfangado
pensando que un vil llanto lave todas  nuestras faltas.

En la almohada del mal, es Satán Trimegisto
quien largamente mece nuestro hechizado espíritu,
y el precioso metal de nuestra voluntad
lo ha evaporado todo este sabio alquímista.

¡El diablo es quien maneja los hilos que nos mueven!
Encontramos encantos a objetos repugnantes;
hacia el infierno damos un paso cada día
sin horror, a través de tinieblas que hieden.

Igual que un libertino pobre que besa y come
el pecho torturado de una vieja ramera,
robamos al pasar un placer clandestino
que exprimimos con fuerza cual a vieja naranja.

Preso y hormigueante, como a un millón de helmintos,
un pueblo de Demonios bulle en nuestros cerebros
y, cuando respiramos, la Muerte a los pulmones
desciende, río invisible, con apagado llanto.

Si el veneno, el puñal, el incendio, el estupro,
no bordaron aún con sus gratos dibujos
el banal cañamazo de nuestra suerte mísera,
es que nuestra alma, ¡ay!, no es lo bastante osada.

Mas, entre los chacales, las panteras, los linces,
los simios, las serpientes, escorpiones y buitres,
los aulladores monstruos, silbantes y rampantes,
en el infame zoo de nuestras corrupciones,

¡hay uno más malvado, más lóbrego e inmundo!
Aunque no gesticule ni lance grandes gritos,
gustosamente haría de la tierra un desecho
y dentro de un bostezo al mundo engulliría;

¡Es el tedio! —Anegado de un llanto involuntario,
imagina cadalsos, mientras fuma su yerba.
Lector, tu bien conoces al delicado monstruo,
-¡hipócrita lector -mi prójimo-, mi hermano!

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