La
tarde era bastante desapacible y como no tenía planes decidí
sentarme en el sillón y dar un largo paseo por Viena.
Al pasar por la calle Herrengasseen entré en el café Central, residencia habitual de Peter Altenberg, donde en medio del enorme salón de columnas gigantescas y bajo una de sus làmparas de araña, jugué una partida de ajedrez con un ucraniano al que todos llamaban Herr Bronstein. Kraus, en la mesa de enfrente, por no dar pistas sobre los males de este mundo, callaba como un muerto. Bruckner y Johann Strauss, habituales del Central, jugaban a los naipes mientras que al fondo, en una mesa cuadrada, intercambiaban opiniones Popper, Wittgenstein y Schlick.
Al pasar por la calle Herrengasseen entré en el café Central, residencia habitual de Peter Altenberg, donde en medio del enorme salón de columnas gigantescas y bajo una de sus làmparas de araña, jugué una partida de ajedrez con un ucraniano al que todos llamaban Herr Bronstein. Kraus, en la mesa de enfrente, por no dar pistas sobre los males de este mundo, callaba como un muerto. Bruckner y Johann Strauss, habituales del Central, jugaban a los naipes mientras que al fondo, en una mesa cuadrada, intercambiaban opiniones Popper, Wittgenstein y Schlick.
En
Michaeler Platz, pude ver a un joven aspirante a la Escuela de Bellas
Artes que sentado en el café Griensteidl dibujaba, en un cuaderno,
ciudades bombardeadas con enorme detalle. Su nombre, según me
dijeron, era Adolf.
A pocos metros de allí, un grupo de músicos callejeros entre los que pude distinguir a Mozart, Haydn, Beethoven, Schubert, Brahms, Mahler y Schönberg interpretaban algunas de sus composiciones a cambio de una monedas.
En el Café Landtmann, Sigmund Freud intentaba interpretar el sueño recurrente de un tal Kafka en el que siempre acababa convertido en un insecto. Allí estaba también Theodor Herzl rumiando su sueño sionista ante la mirada indiferente de Hofmannsthal que tertuliaba alegremente con Musil y Schnitzler mientras en el sótano Lukács daba una de sus habituales y encendidas charlas.
Pregunté dónde podía encontrar a Thomas Bernhard y amablemente me indicaron que me dirigiera al nº2 de la calle Stallburggasse, al café Bräunerhof. Pero de camino me encontré con Joseph Roth... y me lié. Me llevó a decenas de tabernas y nos bebimos hasta el agua de los floreros. Acabamos totalmente borrachos. Como no se sabía el "Asturias patria querida", tarareamos abrazados y a voz en grito, por las calles de Viena, "La Marcha Radetzky" hasta caer extenuados y sumidos en un profundo sueño.
Me despertó el ruido de la cerradura al abrirse la puerta. Era mi mujer. El vuelo charter de regreso Viena-Toledo duró los escasos segundos que tardó ella en recorre el largo pasillo que separa la puerta de entrada del salón. El portatil encendido entre las piernas, varios libros por el suelo, en la cadena un concierto de Año Nuevo, la botella de ron abierta...
A pocos metros de allí, un grupo de músicos callejeros entre los que pude distinguir a Mozart, Haydn, Beethoven, Schubert, Brahms, Mahler y Schönberg interpretaban algunas de sus composiciones a cambio de una monedas.
En el Café Landtmann, Sigmund Freud intentaba interpretar el sueño recurrente de un tal Kafka en el que siempre acababa convertido en un insecto. Allí estaba también Theodor Herzl rumiando su sueño sionista ante la mirada indiferente de Hofmannsthal que tertuliaba alegremente con Musil y Schnitzler mientras en el sótano Lukács daba una de sus habituales y encendidas charlas.
Pregunté dónde podía encontrar a Thomas Bernhard y amablemente me indicaron que me dirigiera al nº2 de la calle Stallburggasse, al café Bräunerhof. Pero de camino me encontré con Joseph Roth... y me lié. Me llevó a decenas de tabernas y nos bebimos hasta el agua de los floreros. Acabamos totalmente borrachos. Como no se sabía el "Asturias patria querida", tarareamos abrazados y a voz en grito, por las calles de Viena, "La Marcha Radetzky" hasta caer extenuados y sumidos en un profundo sueño.
Me despertó el ruido de la cerradura al abrirse la puerta. Era mi mujer. El vuelo charter de regreso Viena-Toledo duró los escasos segundos que tardó ella en recorre el largo pasillo que separa la puerta de entrada del salón. El portatil encendido entre las piernas, varios libros por el suelo, en la cadena un concierto de Año Nuevo, la botella de ron abierta...
-
Pero Nacho... ¿Qué haces ahí sentado con esas pintas? ¿No me
digas que no has salido a la calle, que has estado toda la tarde ahí
sentado sin hacer nada?
-
A veces, cariño, no hacer nada es la mejor manera de ver mundo.
De ver mundo y ¡En qué compañías! lo más granado de todos los palos del arte, je,je.
ResponderEliminarMe ha encantado y otros de días atrás que he leído. Tenemos un genio en la familia. Un beso.
Mari Nieves.
¡Es peligroso salir de bares con Joseph Roth!
ResponderEliminarEstupenda evocación de Viena. ¿Estaban tan locos como parecían? Yo creo que más.
Simple ociosidad M. Nieves.... simple ociosidad. Un Beso.
ResponderEliminarPeligroso y divertido, una buena mezcla.
Que envidia. El sinsueldo de un funcionario da para mucho.
ResponderEliminar¿Te dejarías ganar ganar al ajedrez?.
jajajaja ya te digo.... No es más rico el que más tiene sino el que menos necesita. Y por supuesto, ya me conoces... yo con tal de complacer, lo que sea.
Eliminar