“Lo que un hombre es en sí mismo, lo que le acompaña en la soledad y lo que nadie puede darle ni quitarle, es indudablemente más esencial para él que todo lo que puede poseer o lo que puede ser a los ojos de los demás.” (Arthur Schopenhauer)

Delirios de grandeza


Fijémonos en las figuras de la parte superior. Veamos lo que veamos, en la figura de la izquierda no existe ningún punto negro, ni en la imagen de la derecha se mueve absolutamente nada. Sin embargo, vemos puntos negros y figuras en movimiento.

En los dos rostros de la parte inferior se puede observarse un hombre enfadado a la izquierda y una mujer seria a la derecha, ¿Estas seguro? Sepárate 2 o 3 metros (también sirve si la haces más pequeña) y los rostros se intercambiarán.

El ojo nos engaña solemos decir. Pobre ojo, qué culpa tendrá de nada, el que nos engaña es nuestro cerebro. Se pueden encontrar decenas, cientos, miles de ejemplos parecidos en donde se demuestra como la realidad nada tiene que ver con lo que percibimos. ¿Y si el cerebro no nos engañara un número limitado de veces con determinadas percepciones muy concretas? ¿Y si nos engañase siempre?  ¿Y si todo lo que veo, lo que creo que existe, no fuera más que el fruto de mi imaginación?  ¿Y si yo mismo fuese fruto de mi propia imaginación? Una irrealidad dentro de otra irrealidad. Me imagino a mí mismo imaginándome el mundo que me rodea. Entonces mi imaginación sería Dios. Tal vez todos seamos los dioses de nuestro propio universo,  dioses imperfectos, en un extraño Olimpo. Siete mil millones de dioses, creando siete mil millones de universos que en ocasiones son  tangentes entre sí.

Como uno de estos días me crea Napoleón prometo hacermelo mirar.

 

1 comentario:

  1. Así empezó Napoleón a construir su imperio Europeo, siendo engañado por su cerebro.

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