“Lo que un hombre es en sí mismo, lo que le acompaña en la soledad y lo que nadie puede darle ni quitarle, es indudablemente más esencial para él que todo lo que puede poseer o lo que puede ser a los ojos de los demás.” (Arthur Schopenhauer)

El Presocrático


Paseaba despacio, con pasos cortos, distraído y mirando al cielo. Contemplaba la gran bola de fuego que lo iluminaba todo y las nubes que mudaban lentamente. Fuego, aire, agua…Especulaba sobre el principio material de la Naturaleza e intentó, por primera vez, aparcar todos los mitos, todos los dioses y dudar, dudar de todas las explicaciones oídas hasta entonces. Intentaba, a su manera, describir de una forma completamente racional la naturaleza del mundo que le rodeaba. La razón, el logos, como única herramienta. De repente, alzó la voz y dijo:

-          Papa, mama…. Si el Sol está en el cielo y es fuego, y la lluvia cae del cielo ¿Por qué el agua del cielo no apaga el Sol?

No recuerdo la explicación, solo recuerdo la cara del niño. Su expresión parecía decir: “No comprendéis nada”. Fue, seguramente, como si Homero hubiese respondido a las dudas de Tales. Siguió paseando, al lado de sus padres y mirando al cielo, no sé si buscando otras preguntas o, tal vez, otras respuestas.

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