“Lo que un hombre es en sí mismo, lo que le acompaña en la soledad y lo que nadie puede darle ni quitarle, es indudablemente más esencial para él que todo lo que puede poseer o lo que puede ser a los ojos de los demás.” (Arthur Schopenhauer)

El final de una arcadia

Ayer bajé, como todos los días, a mi hijo Darío al parque. Esparcidos por el suelo había pelotas, coches, camiones, palas, rastrillos, cubos… todo ello de varios niños que en aquel momento se encontraban en el parque. Hasta ahora cada vez que un niño se acercaba y le cogía la pelota, sencillamente, se agachaba, cogía otro juguete y a otra cosa mariposa. Pero ayer algo cambió, de repente, mientras estaba sentado en un balancín un niño se acercó y cogió su pelota. Se bajó del balancín como un rayo, se fue hacia el niño y directamente le quitó la pelota, la cogió con las dos manos y se plantó inmóvil delante del niño mirándolo desafiantemente. Hubo algún intento de recuperar la pelota, pero Darío, con arrojo torero, movía la pelota a un lado y a otro evitando las envestidas del otro niño con sus pies anclados en la arena, al mismísimo estilo José Tomás.
La verdad es que me quedé perplejo ante lo nuevo del comportamiento y temiendo oír los clarines que dan paso al tercio de varas estuve a punto de decir: “Darío, no seas así, déjale tu pelota al niño”. Por mi mente pasó de repente, en cuestión de segundos, el recuerdo de todo el veneno que desde hace dos años le he ido lentamente inoculando: “eso no se toca Darío, esa agenda (póngase aquí lo que plazca, portátil, libro, caja de herramientas, …) es de papá”. La verdad es que era solo cuestión de tiempo. Aunque se estaba mascando la tragedia, me contuve y decidí no intervenir a no ser que fuese estrictamente necesario.
Cuando los dos niños detuvieron sus movimientos y comenzaron a mirarse fijamente a los ojos pensé: “o hago algo ahora o se va a liar parda”. Fue entonces cuando Darío sonrió maliciosamente y señaló con su pequeño dedo un camión rojo que había en el suelo. El otro niño lo cogió y se intercambiaron pacíficamente sus juguetes. Los dos salieron corriendo en direcciones opuestas, felices con sus nuevas adquisiciones.
Sé que hay que ir quemando etapas. La arcadia de la propiedad colectiva (lo que está en el parque es de los que están en el parque) fue bella, pero duró lo que duró y sé que llegará un día en el que lo quiera todo, la pelota y el camión. Mientras tanto, respiro tranquilo, aliviado, bendiciendo las virtudes de la negociación y el trueque.

2 comentarios:

  1. Nuestros gobernantes deberían pasar mas tiempo en los parques infantiles que en el hemiciclo de turno.

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    1. En los parques infantiles, en el metro, en el supermercado... nos ahoraríamos muchos asesores.

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